Don Atilio era una persona de tolerancia inexistente, maltratadora, era un tano gritón, prepotente y mal hablado. Él solo existía, los demás, eran todos pelotudos. En esa época era como el millonario del pueblo. Pero a pesar de todo eso, en el fondo, detrás de ese rufián, él me apreciaba.
Mi primer trabajo fue con él. A los quince, me ofrecí para cuidar sus gallineros, tenía dos. Alimentaba, limpiaba, y cuidaba a sus aproximadamente doscientas gallinas, es decir que me la pasaba todo el día entre plumas y olores horrendos.
El venia, me puteaba un rato, se quejaba un poco, y se iba para el campo, a “cuidar el ganado”. Mentira, en el año 1930 en la ciudad de Berisso, ya estaban los frigoríficos, algunas industrias, y por supuesto, el trafico de tabaco, alcohol y cosas robadas que venían desde la gran capital.
Don Atilio era un traficante de cigarrillos y bebidas alcohólicas. Nunca me llevo al campo a conocer su ganado, nunca hablaba de eso, es decir que era imposible que él no fanfarroneé diciendo que tenia el mejor campo del pueblo. De hecho lo hacia con los gallineros, “mis huevos, son los mejores del pueblo, y por si eso fuera poco están baratos, hay cosas que no tienen precio nene”, decía de forma altanera.
Él mismo tenia una banda que se dedicaba al trafico, a la riña de gallos, al tiro al blanco y demás juegos clandestinos.
Yo trabaje hasta que él falleció, tenia cáncer de pulmón, un día cayo en cama y al otro día cayo al infierno.
Los últimos meses del año 1932, Don Atilio, sufría de robos en sus gallineros. Habían 232 gallinas, pero por mes siempre le desaparecían cinco, dos en un día, tres en otro, una en cada día y así. Si bien el campo de él era muy vulnerable, un par de hectáreas sin alambrado, dos galpones y listo.
Don Atilio me confesó que debía plata y que por ahí alguien venia a la noche y se las robaba, quizás cuando se cobre esa plata, dejarían de robarle las gallinas.
A no ser que debería deber mucha plata, los robos nunca cesaron, un día me harte de eso y le dije que alambre el campo, con púa. Así por lo menos podía llegar a agarrar a los ladrones, no es lo mismo correr por un campo sin alambre de púa a correr en uno en donde tenes que frenar para pasar por debajo o para saltar las púas.
Creo que fue la primera vez en mi vida en que Don Atilio me escucho. Lo hizo, alambro las hectáreas, logro que por un mes nadie le robe gallinas. Yo estaba feliz, y Don Atilio también, me aumento 1 peso el sueldo.
Al otro mes, se rumoreaba en el pueblo de una ola de asaltos, y bueno, los gallineros eran el blanco perfecto. Volvieron los robos, y Don Atilio, consiguió una escopeta. Hizo guardia un mes entero, bajo un poco la cantidad de robos, pero igualmente, él con escopeta y todo, en sus gallineros no pudo impedir que le roben gallinas. Hasta los últimos días de su vida, juro que nunca se durmió. Pero como había dos gallineros cuando él estaba en uno, le robaban en el otro.
Ya me daba lastima, si bien las gallinas no se acababan, me daba pena por Don Atilio, entonces le comenté, que el Ruso, otro que tenia gallineros, tenia dos perros, y que los usaba para eso, para impedir el robo de gallinas cuando los perros ladraban, el Ruso sin dudarlo disparaba dos tiros al aire desde la quinta y comenzaba a caminar para el gallinero. El Ruso estaba loquísimo, pero defendía lo suyo.
Don Atilio decía que los perros no servían para una mierda, él ya estaba realmente enfermo, apenas podía caminar, pasaba más tiempo en la quinta que en el campo con “sus ganados”.
En esas hectáreas tenia dos galpones y una quinta en donde vivía él con su esposa. Ahí vivió hasta el último tiempo y yo cada vez era más necesario para él, aunque no me lo dijera, sí yo faltaba, las gallinas no comían, al otro día veías cuerpos de gallinas picoteados por otras gallinas por todo el galpón. Los huevos tienen que recogerse todos los días, es decir que pasé a ser patrón, con un sueldo de 5 pesos más.
Cobraba casi la mitad de lo que él recaudaba por día, con 18 años, estaba más que conforme. Pero esta vez fui y lo encare:
—Atilio, estuve mirando unos perros.
—No, nada de perros, tener que alimentarlos, cuidarlos, es mucho, demasiado que puedo con estas gallinas de mierda.
—Yo me ocupo de los perros, solo necesito saber si usted se hace cargo de la comida.
—En ese caso, déjame ver, si puedo, traemos los perros.
—Bueno, piénselo.
Al mes trajimos dos perros cansados de vivir en la calle, los tuvimos que domar, bah, los tuve que domar a los golpes, eran demasiado malos. Pero cuando el perro conoce quien los alimenta, mantiene un respeto fiel y hasta son capaces de jugarse la vida por su amo. Al mismísimo Don Atilio ladraban cuando ponía un pie fuera de la quina, ahí iba yo con el rebenque y los cagaba a palos. Luego aprendieron que las gallinas eran amigas, y ya casi ni violentaban la puerta del gallinero.
Los meses pasaron, cuando pensábamos que los robos por fin habían terminado, comenzaron de nuevo. Ni perros, ni alambre de púas, nada podía frenarlos.
Atilio sentía ladrar a los perros y comenzaba a los tiros. Yo vivía cerca, como a dos cuadras, en un ranchito, trabajaba para mi familia.
Así que cuando escuchaba un disparo, saltaba de la cama y pensaba “las gallinas” y corría como loco, al grito de Atilio no dispare, soy yo, soy yo.
Pero cuando llegaba, la puerta del gallinero estaba entre abierta y siempre era tarde.
La noche en que murió Don Atilio yo la pase con él, esa noche no hubo robo de gallinas, sospecho que los ladrones sentirían culpa por robar a un enfermo, o no sé qué, pero esa noche, nadie toco una gallina.
—Apaga la luz, deja esta del velador, quiero hablar con vos —dijo Atilio, y apoyo el vaso de ginebra en la mesita de luz.
—Al final, nunca encontramos a los ladrones de gallinas y yo quería vengar eso, júrame algo —me dijo con voz cargada de cansancio.
—¿Qué Atilio, dígame?
—Que nunca más vas a robar gallinas.
—¿Cómo? Pero que esta diciendo, nunca robe, no soy un ladrón.
—Vos me robabas las gallinas, lo supe desde el primer día, desde la primer gallina, vamos, ya estoy muriéndome, no podes mentirle a un muerto.
Y todo se volvió aun más oscuro, me sentía completamente aturdido, transpiraba, él tenia razón, le estaba robando a un muerto, estaba estafando al hombre que me dio trabajo, increíblemente comprendí la magnitud del hecho. Tenia ganas de vomitar, me sentía mal, me puse pálido como la sal, no supe que decirle. Fue por primera vez que no pude mirarlo a la cara, baje la mirada y comencé a llorar, a pedirle perdón, a sentirme cada vez peor, llegue a sentir que me moría con él. ¿Cómo traicioné a Don Atilio? ¿Cuándo me convertí en este monstruo sin alma? ¿Por qué nunca me pego un escopetazo?.
El silencio se prolongo por dos minutos, solo se escuchaban mis espasmos del sollozo.
—No llores, los hombres no lloran, ¡Al menos tené un poco de dignidad carajo! —gritó, ese fue su último grito.
—Don Atilio, no entiende lo mal que me siento.
—Yo estafé a un pueblo, trafique de todo, robé mucho más que vos ¿Y acá me ves llorando?. No sea maricón, siéntese derecho. —Dijo Don Atilio, creo que después de todo, me apreciaba, me quería como ladrón igual.
—Don Atilio, ¿Cómo se dio cuenta que era yo? —pregunté.
—Mirá, las gallinas si no conocen a quien las cuida, cacarean como unas hijas de puta. Jamás se escucho un ruido. Cuando yo cuidaba con la escopeta, mágicamente me robaban en el otro gallinero, eso no podía ser casualidad, ya que nadie conocía mas que vos, en que gallinero me iba a quedar. Y por ultimo, los perros jamás ladraron.
Solo una vez y fue por que se escapo una gallina.
A mis casi 80 años, siendo un ladrón de gallinas, todavía recuerdo la historia del robo más triste de todos los años. Aquella noche, la noche en que murió Don Atilio, me regalo un gallinero y el otro se lo dejo a su esposa.
Hasta los 25 años trabaje ahí, comía con su esposa y todo el dinero lo destinaba a mi familia, luego deje a cargo de los gallineros a mi hermano más chico.
Y le conté, que es mejor pedir gallinas que robarlas.
*Basado en un historia real.
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me atrapaste niño, casi lloro con el chico aquel...
me gustó dem la verdad
hermosa manera de escribir, hermosa historia
besitos desde el sol