Comencé a destapar las cartas, de a una, tengo tres en mi mano derecha, la primer carta genera una sonrisa en mi rostro, trato de simularla y rió, al mismo tiempo que digo “Que golpe que te diste el sábado” no me interesa, tengo que simular recordar una caída, que por cierto fue muy graciosa y contagia a mi contrincante, ahora no se si el tiene cartas mejores que yo. Empiezo a empujar hacia abajo la primer carta, lo que hace es mostrarme el comienzo de mi segunda carta. Apretó las dos y veo el comienzo de la tercer carta. Hoy es mi día de suerte. No soporto más;
—¿Por qué jugamos? –le digo en tono poco amistoso, sabiendo que con mis cartas es casi imposible perder.
—Por el honor –me responde Federico.
—¿Por el honor? ¿Sos William Wallace pelotudo? Anda a cagar –digo desganado.
—¿Y por qué entonces? –Me pregunta el futuro perdedor.
—Por... toda la plata que tenes en la billetera –le digo en tono desafiante.
—¿De enserio queres jugar por eso? –es obvio que ya me tiene miedo.
—Nunca hable tan enserio –le respondo intimidando hasta su sombra.
—Déjame de romper las pelotas. Jugamos por dos pesos. –no esta seguro de sus cartas.
—Ok, por dos pesos, ponelos en la mesa –solo para incentivar el juego.
—¿Ahora desconfías de mi? –me dice mirándome a los ojos, con mirada maliciosa.
—No desconfió, prevengo. –No me gusta perder ni a la bolita.
—Buena suerte –me dice.
—No la necesito –respondo al instante.
Ya esta, lo peor ya paso. Él ahora perderá dos pesos. Esta el juego en marcha. Me estoy convirtiendo en un jugador empedernido. No tolero perder. Aunque realmente sea un perdedor.
—¡Envido! –dice.
—¡Envido, carajo! –le grito apoyando mis manos en la mesa, salivando su cara.
Con suerte robare dos puntos. Se que me va a decir “no quiero”. Él piensa que las personas no tienen días buenos, esta equivocado. Hoy no solo es mi día, también es mi mano de la suerte. Imposible de perder.
Todavía no sabe que hay cosas que no se pueden defender. Pasa en la vida, pasa en todos lados. Siempre algún indefenso, lucha sin descansar hasta morir en su causa. La cual no logra mas que un recuerdo difuso de que era un gran luchador, sin acordarse del por que luchaba.
—¡Quierooo, pelotudo! –responde, el iluso, insulta por que no se puede defender con las cartas.
—¡28! –canta él.
Tengo que reconocer mi derrota. Perdí, el azar dispuso que yo diera y que él sea mano. Pero no esta muerto quien pelea.
—Son buenas –respondo por lo bajo. Se que ahora subirá su autoestima, pero él no sabe que es lo que le espera. Logro cuatro puntos, que no le servirán para nada.
—¡Jugá, maraca! –le digo, hace mas de un minuto que esta observando sus cartas, yo espero el error. Como un asesino espera su víctima, sin prisa y con calma.
Juega un siete de espadas. ¿Un mísero siete de espadas? Piensa hacer primera que es la que vale doble con un mísero siete de hojalata, que no sirve para nada. Por favor. Eso saben que es, miedo. Solo el miedo puede hacerte actuar así.
El miedo es algo que no podes controlar y mucho menos manipular. Con miedo la gente actúa mal.
Juego el as de basto y sonrió. Es hora de que sepa quien manda. Quien es el jefe. Quien es su papá.
—Que fácil –digo en voz alta, y doy vuelta su carta con el ancho de basto, para darle un poco más de temor.
Al jugar el ancho de basto tengo en mi poder el siete de bastos y el ancho de espadas.
—¡Truco! –le digo totalmente excitado.
—¡Quiero, quiero re truco, puto! –me grita, soñando que esta vez ganara.
—¡Quiero, mierda, Quiero Vale Cuatro! –respondí.
Yo no omito gesto, pero por dentro unas hormigas recorren mi cuerpo, eso se llama adrenalina. Sé que ganare, por eso estoy tranquilo. Ya es hora de resolver esta mano.
Juega un 2 de oro y mata al siete de bastos. Raro por que canto veintiocho, y juego el siete de espadas, tendría que tener el ancho de espada, pero lo tengo yo. Igual estoy tranquilo, ya nada me asusta. Sé que mi carta es la más alta de todas.
—Te queres matar –me dice mientras apoya un as de espada.
—¡Tomaaaaaa, mediocre –le grito, sin mirar la carta que él jugo.
Agarre sus dos pesos, más los dos míos, me pare y comencé a caminar hacia la salida.
—Espera –escucho que dice Federico. Por ahí quiere que le devuelva la plata, pero no señor, tiene que aprender que en la vida se gana y se pierde. Hoy le toco perder.
—¿Qué pasa? –le digo sin darme vuelta, con la mano en el picaporte de la puerta.
—Hay dos as de espadas –Me dice como asombrado.
—Imposible, no puede haber dos ases de espadas, ¿Qué decís? –le digo.
—Date vuelta pelotudo, mira, hay dos anchos –me dice señalando las cartas.
—Es verdad, ¡No te puedo creer! –Y me agarro la cabeza.
—Bueno, deja la plata acá, sacamos un ancho y volvemos a jugar.
—Ok, con esta plata voy a comprar una cerveza más
En la vida no solo se gana o se pierde. También hay segundas oportunidades, generadas por factores externos a nosotros.
Muchas veces estamos perdidos, caminamos sin saber si ese día será una buena mano. Buscamos salidas, corremos, escapamos, hacemos todo lo posible por esquivar esa mala mano que tanto daño nos hace.
Lo lindo de la vida, es que a veces se puede equivocar, y eso hace mezclar todas las cartas. Con tres cartas mucho no se puede hacer. No importa cuanto es lo que se puede hacer, lo importante es hacer algo. Todos los días la vida nos da tres cartas.
La existencia es un juego, en el cual para sobrevivir hay que saber jugar. La diferencia entre un juego de azar y la vida, es que en la vida siempre se gana, por más malo que sea lo que te pase, vos siempre algo vas a ganar.
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Una mirada optimista...muy lindo lo q escribiste...bah..como siempre!...segui escribiendo, q aunque no comente, siempre paso...un beso!
Muy bueno, y hasta misteriosa aparición del segundo as de espadas.
Un detalle... cuando decís "Con suerte robare dos puntos", el otro ya había cerrado el "envido-envido"...
perdón, es el jugador el que habla.
Es verdad! problema de lineas. Agustín menos mal que comentaste, muchas gracias por la buena onda. Abrazo.